01 May Paseos por el Barrio de Universidad. Café Ajenjo y Bar Cangrejero
Hay muchos paseos por Madrid. Paseos por el Madrid de los Austrias o Borbones, que son las rutas turísticas más populares, o por barrios de edificios y tiendas elegantes, como Salamanca.
Hay también un Madrid poco conocido por los turistas : El Barrio Universidad. Calles estrechas, diseminadas en zonas diferentes, pero unidas por el mismo encanto. Algunas son empinadas ( Madrid es la capital más alta de Europa ), otras llanas, como las de la foto. Carecen de aceras. Los vecinos que transitan por ellas descartan caminar, en fila india, por los estrechos corredores creados detrás de los bolardos para hacerlo por el área central, diseñada para los vehículos.
Son pocos los coches que se atreven a usarlas. Sus conductores notan inmediatamente que invaden calles que se han quedado ancladas en un pasado en el que no existía el tráfico rodado, por mucho que los bolardos se empeñen en testimoniar lo contrario.
Las multicolores fachadas de los edificios de 3 o 4 pisos presentan un aspecto impecable. Se nota que sus vecinos y la ciudad se cuidan mucho de que mantengan un buen aspecto. Los diminutos balcones de los apartamentos, con sus artísticas barandillas de hierro forjado, se adornan algunos con macetas de geranios o claveles aunque yo los prefiero sin nada, porque es grande el deleite que proporciona la simple observación de sus creativos ornamentos. Tampoco es de despreciar el enrejado de viviendas que están a ras del suelo que más que de protección sirve de decoración.
Es que en el sexto quinquenio del S. XIX surgieron muchas fundiciones en la comarca de Madrid que produjeron la peculiar arquitectura del hierro que se convirtió en un elemento decorativo esencial en la construcción de balcones, rejas y farolas, como ‘la isabelina’ que es la que más destaca en las calles del Barrio Universidad Madrid.
Mientras se pasea por las encantadoras calles del Barrio Universidad, conviene mirar hacia las terrazas insertadas en los tejados, donde descubriremos pequeños huertos, jardines o invernaderos y todo, bajo el cielo protector de Madrid que con su entrañable halo logra que el tiempo discurra por estas calles muy lento, como si estuviesen sumergidas en un plácido espacio inmanente.
En el barrio de Malasaña existe una calle muy corta, que tiene sus bolardos pintados. Los antipáticos bolardos grises de feo aspecto han sido travestidos en figuras de distinta índole, donde cabe de todo. Desde una blanca Torre de Pisa hasta un beduino bien abrigado con chaleco naranja. Los artistas encargados del transformismo dieron rienda suelta a su desbordante imaginación. Los bolardos multicolores han hecho de la breve calle una galería de pequeños postes animados que demuestra que, aparte de las paredes, existen en la ciudad otros soportes inutilizados para que los artistas madrileños se animen a practicar en ellos el ‘art in the street’.
Calle Galería de Robles es el nombre de la travesía donde nos aguardan los bolardos convertidos en esculturas de colores. Ésta es la misma calle del Café Ajenjo. Helios, su dueño, es la personificación de la bonhomía extremeña. Poco se puede contar del Ajenjo que sus parroquianos no sepan. Los que nunca lo han visitado deben de pedir la tarta de zanahoria con el café especial que más os atraiga y, mientras Helios los ‘’va marchando’’ hay que recorrer las estancias del Café Ajenjo hasta el fondo. Ellas tienen mucho que contar porque este Café es el único superviviente en la zona de la época de la movida madrileña. Que tiempos aquéllos, contarán las paredes. Dirán que en esa mesa se sentaron Alaska, El Zurdo, Carlos y Nacho cuando Alaska, la chica, ejercía de colegiala punk y los 3 chicos iban de talentosos e imberbes pijos metidos en la contracultura. Y también contarán de las tertulias que se celebraban cotidianamente, del humo de yerba que espesaba el ambiente y de los escritores que venían a refugiarse en un rincón para hilvanar frases que luego terminarían en novelas premiadas; o no. De todas maneras, Galería de Robles es un residuo amable de aquellos tiempos locos del Barrio Malasaña que han cedido el paso a lateros, okupas y turistas que parecen preferir el botellón que se arma en la Plaza 2 de Mayo confirmando de este modo que el ruido del barrio ha cambiado, igual que su gente.
Dejamos Malasaña y en 5 minutos, caminando, entramos en el Barrio Conde Duque donde algunos antiguos residentes de la Plaza de las Comendadoras recuerdan la esplendorosa época de la discoteca la Boite, la sala distinguida de Madrid, donde dentro parejas y ligues de ‘alto standing‘ se acaramelaban con baladas de O’Sullivan, Nilsson o Mac Davis, al tiempo que fuera, los jaleos nocturnos y el tránsito de cochazos molestaba sin piedad el descanso del vecindario. En esos años setenteros estaba frente a la Boite, calle Amaniel 25, el bar el Cangrejero, atendido pausadamente y con máxima eficacia por don Máximo Peinado y su impertérrito hijo Ángel. Hace 50 años y también hoy, la fama del Cangrejero de ser uno de los bares donde se tira la mejor cerveza es irrebatible. Hace tiempo que se apagó la Boite pero las estanterías de detrás de la barra del Cangrejero mantienen su esplendorosa exposición de policromadas jarras de cerveza y las repisas de abajo continúan repletas de las mejores latas de conservas. Tampoco ha cambiado el rostro impertérrito de Ángel, pero que nadie se engañe ni se intimide por su seriedad. Me atreví a preguntarle cuál era su secreto para tirar la cerveza con tan excelso arte, y me respondió con una meticulosa descripción del tiraje ortodoxo, desde el carbonatado de la cerveza hasta la corona de espuma perfecta.
Café Ajenjo y el Cangrejero, en su respectivo estilo, se resisten a ser invadidos por ‘conceptos cool’ de hostelería. Aquí los datos que se adquieren a través de la digitalización del sector y de máquinas inteligentes que aplican la tecnología del internet de las cosas para optimizar el consumo de su clientela no tienen ninguna importancia. El carácter único y genuino del Ajenjo y Cangrejero son sus puntos fuertes competitivos. Igual como pasear al anochecer por Galería de Robles o la calle del Limón en dirección a Amaniel 25 es un entrañable placer que jamás conocerán los turistas que pasan todo su tiempo recorriendo las calles aledañas a la Puerta del Sol y Plaza Mayor.
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